—Pero
cariño... —suplicó él, buscando de nuevo sus ojos.
—No eres
capaz de hacerlo por mí...
—Esto es
distinto.
—¡Dijiste
que serías capaz de cualquier cosa por mí! Me dijiste que me querías como nadie
me querría nunca, prometiste que harías lo imposible por demostrarme tu amor...
—Y nunca me
creíste.
—¿Cómo te
iba a creer? Ahora tienes la oportunidad de hacer honor a tus palabras, y te
niegas...
—Pero...
—¡Rehúyes
de tu promesa! Eres un cabrón.
Retiró la
cabeza en un amago de marcharse de allí. El viento era frío, fuerte, azotaba la
tierra desde los confines del océano. Las olas estallando contra la roca formaban
un impetuoso concierto en torno a los amantes, una armonía de golpes y rugidos,
sublime para abrigar la conversación que oscilaba unos metros más arriba.
—¡No! No te
vayas, por favor —suspiró—. Lo haré.
Ella le
dedicó la sonrisa más sincera.
—Gracias.
En el fondo, sabía que no me fallarías.
—Pero...
¿cómo sabes qué...? —preguntó él con voz inquieta, su mirada fija en la bravura
de la mar.
—Cielo,
¿recuerdas la frase que me has enviado tantísimas veces por WhatsApp?
—No pienso rendirme contigo. Tengo muy claro
lo que siento por ti, estoy convencido de que te quiero y, aunque tú aún no lo
veas, sé que construiremos una vida juntos. El amor lo puede todo. ¿Cómo
olvidarla?
—El amor lo
puede todo.
Él dudó.
—¿También
podrá con la muerte?
—¡Pues
claro que sí! El amor está por encima de todo. Si hemos de estar juntos, lo
estaremos, y nada podrá evitarlo... Ni siquiera la muerte.
—¡Tienes
razón! —se envalentonó ante la mirada y las palabras de su amada—. No hay mayor
fuerza en este mundo que el amor. Por eso, sé que pasaré esta prueba y seremos
felices juntos, para siempre.
—Eso es.
—¡No moriré
si lo que nos une es amor verdadero!
—Así se
habla. ¡Adelante!
—¿Me
esperarás?
—¿Cómo te
atreves a dudarlo? Pues claro que te esperaré. ¡Adelante!
—Te quiero,
y quiero que sepas que soy capaz de todo por amor.
—¡Adelante!
Sus pies
firmes en la roca y una mirada a los ojos de su amada. De nuevo se topó con aquellos
iris felinos que le cautivaron desde el primer instante y le embarraron la razón
sin remedio. La firmeza de esas pupilas se clavó en su mente, donde sus pensamientos
crepitaron una vez más con toda su estridencia. Soy capaz de todo por amor, se
repitió a sí mismo. La vista perdida en el océano, el viento en su piel, un
paso adelante, la caída de más de cuarenta metros y un cuerpo roto contra las
rocas donde el oleaje, inmutable, prosiguió con su eterna melodía.
—Al fin —inspiró
ella desde lo alto del acantilado—, pensé que nunca me libraría de él. Qué
paz...
Sin mediar
más palabras, absorbió la belleza de la mañana con todos sus sentidos antes de
emprender el camino de vuelta hacia su hogar. Nadie podría relacionarla nunca
con lo ocurrido. Allá abajo, un simple pedazo de carne impregnaba de rojo la fría
piedra, derramándose lentamente hacia la inmensidad de las olas cual jirones marchitos
de un retrato de amor.
Escrito por:
Juan Luis Vera
¡Qué bonito es el amor! Ah, no... espera, que me ha dado muy mal rollo ^^
ResponderEliminarA mí no me da mal rollo para nada, la purita realidad, qué digo, hasta me parece flojo. Cuantas por ahí se cargan impunemente a los amantes, maridos o similares; siempre se dijo: "unos polvitos en la sopita...", etc. Sin embargo, a lo que hacen los hombres con brutalidad, salvajismo, etc, o sea a la "maniera" masculina, lo llaman violencia de género. ¿Como llamamos a lo que ocurre con inteligencia y formas sibilinas?
ResponderEliminarPero qué listan son las mujeres.
Muy bueno Juan Luis.
Pienso que una de las cosas que dan más "mal rollo" de este relato es que, en el fondo, sabemos que es un final feliz. Para ambos. No digo que sea el mejor, pero es bueno.
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