domingo, 18 de marzo de 2012

Un peacico de Ehtremaura

Luis Chamizo
Queridos amigos, en este domingo extrañamente nostálgico me habréis de permitir un arrebato de regionalismo, que se va a traducir en un retorno a las sensaciones de mi infancia en el pueblecito extremeño en el que crecí: ese remanso de tranquilidad y apacible belleza llamado Pasarón de la Vera. Y una de las personas que más me ayuda a recuperar la esencia del pueblo extremeño es el poeta Luis Chamizo. Nacido en Guareña (Badajoz), de familia humilde y trabajadora, es contemporáneo de la generación del 27, pero nunca siguió sus pasos, sino que prefirió quedarse en la poesía regionalista, con la que se inició.

No es una novedad que el lenguaje está íntimamente ligado a nuestro pensamiento. En este caso, sin duda el poder de las palabras nos transporta a un mundo muy particular: el de los habitantes de los pueblos de Extremadura coetáneos de Chamizo. Para quien no lo sepa, lo que vais a escuchar y/o leer no es exactamente castúo, el dialecto extremeño olvidado, sino un castellano con acento regional extremeño y varias peculiaridades lingüísticas que son legado del castúo y que aún se utilizan en muchos pueblos de estas regiones. El auténtico castúo es un poco más difícil de entender que esto, con otras muchas variantes.

Os dejo en primer lugar un video en el que podéis escuchar "La Nacencia", uno de sus poemas más aclamados. Más abajo, tenéis los versos del poema, que podéis ir leyendo al tiempo que lo escuchais. 

No quiero decir más. No es necesario. Me parece mucho más interesante cederle el turno a nuestro invitado de excepción. Queridos parroquianos, hoy, con todos nosotros, Luis Chamizo.




LA NACENCIA

I
Bruñó los recios nubarrones pardos
la luz del sol que s´agachó en un cerro,
y las artas cogollas de los árboles
d´un coló de naranjas se tiñeron.

A bocanás el aire nos traía
los ruíos d´alla lejos
y el toque d´oración de las campanas
de l´iglesia del pueblo.

Ibamos dambos juntos, en la burra,
por el camino nuevo,
mi mujé, mu malita,
suspirando y gimiendo.

Bandás de gorriatos montesinos
volaban, chirriando por el cielo,
y volaban pál sol qu´en los canchales
daba relumbres d´espejuelos.

Los grillos y las ranas
cantaban a lo lejos,
y cantaban tamién los colorines
sobre las jaras y los brezos,
y roändo, roändo, de las sierras
llegaba el dolondón de los cencerros.

¡Qué tarde más bonita!
¡Qu´anochecer más güeno!
¡Qué tarde más alegre
si juéramos contentos!...
- No pué ser más- me ijo- vaite, vaite
con la burra pal pueblo,
y güervete de priesa con la agüela,
la comadre o el méico...

Y bajó de la burra poco a poco,
s´arrellenó en el suelo,
juntó las manos y miró p´arriba,
pa los bruñios nubarrones recios.

¡Dirme, dejagla sola,
dejagla yo a ella sola com´un perro,
en metá de la jesa,
una legua del pueblo...
eso no! De la rama
d´arriba d´un guapero,
con sus ojos reondos
nos miraba un mochuelo,
un mochuelo con ojos vedriaos
como los ojos de los muertos...
¡No tengo juerzas pa dejagla sola!;
pero ¿yo de qué sirvo si me queo?

La burra, que roía los tomillos
floridos del lindero
careaba las moscas con el rabo;
y dejaba el careo,
levantaba el jocico, me miraba
y seguía royendo.
¡Qué pensará la burra,
si es que tienen las burras pensamientos!

Me juí junt´a mi Juana,
me jinqué de roillas en el suelo,
jice por recordá las oraciones
que m´enseñaron cuando nuevo.
No tenía pacencia
p´hacé memoria de los rezos...
¡Quién podrá socorregla si me voy!
¡Quién va po la comadre si me queo!

Aturdio del tó gorví los ojos
pa los ojos reondos del mochuelo;
y aquellos ojos verdes,
tan grandes, tan abiertos,
qu´otras veces a mí me dieron risa,
hora me daban mieo.
¡Qué mirarán tan fijos
los ojos del mochuelo!

No cantaban las ranas,
los grillos no cantaban a lo lejos,
las bocanás del aire s´aplacaron,
s´asomaron la luna y el lucero,
no llegaba, roändo, de las sierras
el dolondón de los cencerros...
¡Daba tanta quietú mucha congoja!
¡Daba yo no sé qué tanto silencio!

M´arrimé más pa ella;
l´abrasaba el aliento,
le temblaban las manos,
tiritaba su cuerpo...
y a la lus de la luna eran sus ojos
más grandes y más negros.

Yo sentí que los míos chorreaban
lagrimones de fuego.
Uno cayó roändo,
y, prendío d´un pelo,
en metá de su frente
se queó reluciendo.
¡Que bonita y que güena,
quién pudiera sé méico!

Señó, tú que lo sabes
lo mucho que la quiero.
Tú que sabes qu´estamos bien casaos,
Señó, tú qu´eres güeno;
tú que jaces que broten las simientes
qu´echamos en el suelo;
tú que jaces que granen las espigas,
cuando llega su tiempo;
tú que jaces que paran las ovejas
sin comadres, ni méicos...
¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,
con lo que yo la quiero,
siendo yo tan honrao
y siendo tú tan güeno?...

¡Ay! qué noche más larga
de tanto sufrimiento;
¡qué cosas pasarían
que decilas no pueo!
Jizo Dios un milagro;
¡no podía por menos!

II
Toito lleno de tierra
le levanté del suelo,
le miré mu despacio, mu despacio,
con una miaja de respeto.
Era un hijo, ¡mi hijo!,
hijo dambos, hijo nuestro...
Ella me le pedía
con los brazos abiertos,
¡Qué bonita qu´estaba
llorando y sonriyendo!

Venía clareando;
s´oían a lo lejos
las risotás de los pastores
y el dolondón de los cencerros.
Besé a la madre y le quité a mi hijo;
salí con él corriendo,
y en un regacho d´agua clara
le lavé tó su cuerpo.
Me sentí más honrao,
más cristiano, más güeno,
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza los muchachos en el pueblo.

Tié que ser campusino,
tié que ser de los nuestros,
que por algo nació baj´una encina
del camino nuevo.

Icen que la nacencia es una cosa
que miran los señores en el pueblo;
pos pa mí que mi hijo
la tié mejor que ellos,
que Dios jizo en presona con mi Juana
de comadre y de méico.

Asina que nació besó la tierra,
que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
y jue la mesma luna
quien le pegó aquel beso...
¡Qué saben d´estas cosas
los señores aquéllos!

Dos salimos del chozo,
tres golvimos al pueblo.
Jizo dios un milagro en el camino;
¡no podía por menos!

Escrito por:  Luis Chamizo

viernes, 9 de marzo de 2012

Tenshi no Tamago: una obra maestra del anime

Habituados como estamos a un mundo que parece haber quedado por siempre subyugado bajo el imperio del ruido y la urgencia, hallar algo como Tenshi no Tamago no sólo es un placer; supone una oportunidad única para salir al encuentro de uno mismo. Y eso, desde luego, no es cosa fútil.

Tenshi no Tamago (en castellano, "El huevo del ángel") es una película anime japonesa (una OVA, para ser más exactos) a cargo de la productora Tokuma Shoten y dirigida por un brillante Mamoru Oshii en 1985. Dicho de forma muy simple, cuenta la historia de una niña que, inmersa en un mundo inerte y ruinoso, sale de su escondrijo únicamente para recopilar botellas. Siempre lleva consigo un voluminoso huevo que protege bajo sus ropas y del que jamás se separa. La monotonía que define su existencia se rompe cuando un joven guerrero aparece en su mundo. Desde entonces, la niña, cuyo nombre jamás llegamos a conocer, se debatirá entre la desconfianza y su necesidad de tener quien la proteja.

No obstante, decir esto es decir muy poco. Se trata de una historia que se mece en la oscuridad de una calma intranquila, dominante en toda la obra y creciente a lo largo de la misma. Todo el peso de la cinta se apoya sobre los dos personajes, la niña y el guerrero, cuyos mundos interiores parecen reticentes a dejarse ver, pero que, poco a poco, van siendo cada vez más extrañamente tangibles.

Apenas sí hay diálogo en toda la película. Muy al contrario, son la cadencia de la imagen y la fuerza de una intensa banda sonora (compuesta por Yoshihiro Kanno) las que nos arrastran a lo profundo de la trama y, una vez allí, ya no es fácil escapar del ondular de su desarrollo. La lentitud de los planos atrapa desde el primer instante, generando un ambiente a un tiempo liviano y tenebroso que no tarda en envolver al espectador. Desde ahí, la melodía de Kanno va ayudando a tejer unos escenarios lúgubres, inanimados, sumidos en la reminiscencia y carentes de aliento vital, que no son sino la vívida representación de lo que ocurre en el interior de los personajes: tristeza, decadencia, apatía, soledad existencial y una pregunta que pesa todo el tiempo en el ambiente... "¿Quién eres?" O, lo que es lo mismo, ¿quién soy?

También es de destacar la profunda simbología mítico-filosófica que plaga todo el filme. A cada plano aparece y reaparece el existencialismo, no como respuesta, sino como eterna fuente de preguntas con rumbo incierto y alargada sombra. En efecto, todas las preguntas que plantea la historia se prolongan más allá de la propia película para desembocar en lo hondo del espectador que, desde ese mismo instante, deja de serlo. El cuestionamiento y la incertidumbre contagian al receptor y le implican en la filosofía de la obra, convirtiéndolo en parte esencial e ineludible de la trama. Y así, uno no sólo ve la película; se introduce en ella, bucea en su interior e interpreta lo que, desde su posición, desea interpretar.

Revelo con esto que la historia no tiene una resolución clara y cerrada, sino todo lo contrario. Todos los elementos que componen la obra encajan en un círculo perfecto al final, mas se trata de un círculo que cada uno de nosotros habremos de elaborar. Tenshi no Tamago se erige, en este sentido, como el punto de partida de la que puede ser una profunda reflexión personal, para quien así lo quiera.

Sobra decir que me permito recomendar esta película a todo el que busque algo diferente al efectismo vacuo al que nos tiene acostumbrados la industria cinematográfica de Hollywood. Me parece especialmente recomendable para los amantes y aficionados al anime. Queridos parroquianos, os vais a encontrar con una historia muy especial, cuyo sentido se va captando un poco mejor a medida que se ve una segunda vez, una tercera...